Muchas veces, asumimos que el simple hecho de filosofar es bastante fácil. Creemos que con tener la simple idea de que la filosofía empieza con la admiración podremos llegar a llamarnos buenos filósofos o, por lo menos, buenos estudiantes de filosofía. Por mi parte, nunca me he considerado siquiera un filósofo, creo que hasta hace poco descubrí que en realidad sí lo era, pues es algo propio de la naturaleza humana.
Este día, tuve la oportunidad de demostrar mis habilidades filosóficas en un simple y muy cargado papel, mi examen final de “filo.” Sin embargo, mi sorpresa fue inevitable al ver que no tenía la más mínima idea de lo que me estaban preguntando. Presionado por el tiempo y el hecho de ver que muchos compañeros salían del aula luego de treinta minutos, me hizo poner en duda mis propios conocimientos, esos conocimientos que tan difícilmente había logrado desarrollar durante todo el curso.
No puedo negar que disfruté de todas las discusiones que genera un curso de filosofía. Incluso, me emocioné con el examen de mitad de curso, esperando una nota perfecta, logré una nota normal, común y corriente, arriba del promedio, pero más baja de lo que esperaba. Por eso, decidí esmerarme mucho más para el final, para demostrarme a mi mismo lo bueno que puedo ser en estas cosas. Triste realidad: entiendo todo, pero no sé aplicarlo a la hora del análisis de un texto de mi buen amigo Aristóteles.
Así fue avanzando el tiempo durante la prueba. De pronto, mis ideas empezaron a fluir, dándome la esperanza de tenerlas correctas, así terminé mi examen. Al salir, mayor fue mi decepción al escuchar los comentarios de mis compañeros, lo que sí puedo considerar filósofos y filósofas, quienes tenían unas ideas muchos más elevadas que las mías. ¿Qué me pasó? ¿Por qué será que no pude comprender bien las cosas si había dedicado casi una semana para este examen? Después de eso, me dije a mí mismo “creo que la filosofía no es lo mío” y tal vez estuve viviendo en un engaño que me había hecho yo solo.
Irónicamente, la filosofía plantea que el ser humano está destinado al sufrimiento – ¡y vaya que es cierto!— y nos demuestra que la felicidad es momentánea. Pues yo decidí sufrir, estudiando como psicópata, para tener ese momento tan excitante de felicidad al momento de recibir una nota. Hoy me doy cuenta de que ese instante no llegará y que, a lo mejor, solo me traerá más sufrimiento. ¿Será posible evitar un poco este tipo de decepción?